GEOGRAFÍA - PAÍSES: Rusia - 6ª parte

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Rusia - 6ª parte


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Historia: s. XIX y Revolución

ese a la victoria sobre la invasión napoleónica de 1812, el optimismo se derrumbó con la aplastante derrota rusa en la Guerra de Crimea (1855), provocada por la «cuestión de los estrechos». La derrota fue un aldabonazo en las conciencias de la corte zarista y motivó la «segunda modernización». El intento de articular la sociedad según pautas occidentales, pero manteniendo la autocracia, provocó contradicciones desencadenadoras de fuerzas incontrolables que estallaron revolucionariamente a principios del s. XX.

La Rusia del XIX era un estado provincial donde los «pueblos alógenos» estaban sometidos a la minoría mayoritaria de gran-rusos. La inmensa mayoría de población vivía en la región europea y era, en altísimo porcentaje, campesinado servil, sin apenas tierras propias, viviendo en condiciones muy duras (prestaciones, capitación, servicio militar, castigos corporales). Entre la nobleza y los siervos existía una reducida y heterogénea población urbana no sometida a servidumbre (artesanos, comerciantes, profesiones liberales), de la que saldría la intelligentsia liberal o revolucionaria.

En 1860 nadie en la Corte dudaba de la necesidad de una reforma, esencialmente económica e identificada con la industrialización. La modernización estuvo condicionada por factores estructurales: la superficie cultivada era escasa en relación al global disponible y se trabajaba con métodos arcaicos de muy baja productividad. Era una agricultura de autoconsumo debido a la debilidad del mercado, formado por siervos con bajísimo nivel de vida. El Estado debió asumir las necesidades de la industria (capital, mano de obra cualificada, tecnología, etc.), extendiendo una inmensa carcasa burocrática y centralizada. Por último, las redes de transporte eran muy deficientes. Se percibió que el primer paso debía ser eliminar el lastre de la servidumbre.

En 1861 Alejandro II dictó el Estatuto de campesinos libres de servidumbre. Pero la emancipación se hizo en unas condiciones que implicaban conflictos latentes: cada campesino tenía derecho a quedarse un lote de las tierras que trabajaba, redividiéndolo con una indemnización equivalente a la renta señorial anual capitalizada al 6 % (los señores fijaron la renta arbitrariamente). El estado les adelantaba el 80 % de la indemnización, con 49 años de plazo para reintegrárselo. Pero durante los 49 años, quien administraba la tierra era el mir, no el campesino. A corto plazo la condición campesina empeoró, debido al endeudamiento que obligó a muchos a vender sus tierras a una clase de campesinos acomodados, los kulaks, engrosando las filas del proletariado. También se reformaron la administración, el aparato judicial, el ejército y la enseñanza, con medidas siempre más ambiciosas en la teoría que en la práctica. Para compensar la insuficiencia del capital obtenido de la redención de tierras, se recurrió al financiamiento exterior para poner en marcha la industria pesada, considerada la clave del proceso.

En las dos últimas décadas del s. XIX el crecimiento alcanzó un ritmo acelerado y constante, favorecido por la política del ministro de Hacienda Sergey Witte: creación de un sistema bancario, deuda extranjera, fiscalidad indirecta, política monetaria deflaccionista, aranceles proteccionistas, etc. Todo ello permitió la expansión de la mecanización y el trazado de grandes ferrocarriles (Transiberiano). El crecimiento anual era superior al de Francia o Inglaterra, pero el valor de la producción industrial se mantenía inferior al de la agraria , y el consumo y la productividad per cápita permanecían débiles. Con la industrialización emergieron la burguesía y el proletariado industrial, aún a niveles modestos, que reclamaban cambios políticos acorde con los económicos.

En 1900-1903 se produjo una coyuntura de crisis, con caída de precios en los mercados europeos, cuyo coste recayó sobre los campesinos y obreros por la vía de los impuestos y el control de salarios. En este contexto se habían conformado los partidos de la oposición: la burguesía reclamaba un parlamentarismo constitucional y se articuló en el Partido Constitucional Demócrata (KDT). El régimen zarista ensayó un acuerdo con esta burguesía para dotarse de una base social, pero fue imposible congeniar los intereses de burguesía y nobleza. Existía otra oposición más radical, que rechazaba el modelo occidental. Se dividían entre quienes propugnaban un socialismo agrario, basado en la tradición rusa del Mir, y quienes consideraban irreversible la industrialización. Entre los primeros, se generalizó la idea de «ir al pueblo» (campesino) para educarlo y servirlo, por lo que se les llamó populistas.

La primera generación (Netchaev, Chernichevski), diezmada por la represión, se escindió en tres líneas: la primera defendía una disolución lenta y pacífica del estado; pero esta lentitud llevó a la desesperación y al terrorismo «militarista». La segunda línea (Bakunin) buscaba el mismo fin, pero aceptando las tácticas revolucionarias. La tercera (Tkachev) consideraba que debía haber un vanguardismo revolucionario (es decir, una forma de estado); se diferenciaba del marxismo en que no identificaba esta vanguardia con una clase social. El correlato entre represión y terrorismo (asesinato de Alejandro II en 1881) desarticuló al populismo; una parte acabó en el liberalismo a base de la lucha de clases, y el resto creó el Partido Socialista Revolucionario (eseritas).

Por su parte, los marxistas representaban la occidentalización del socialismo ruso: el protagonista de la revolución era el proletariado y, por tanto, había que impulsar el desarrollo capitalista para que la clase obrera creciera. Plejanov y Lenin, entre otros, fundaron en 1897 el Partido Obrero Social Demócrata Ruso (POSDR). A principios del s. XX Rusia se encontraba con algunos sectores capitalistas recluidos en un entramado precapitalista. Las contradicciones se veían agravadas por la coyuntura continental de crisis, que afectaba a las inversiones extranjeras y a los precios. El campesinado estaba en permanente descontento con sus condiciones de vida y su endeudamiento. La propia nobleza se arruinaba, por sus métodos anticuados de explotación, y pagaba sus deudas vendiendo tierras a los kulaks.

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